Día 61, jueves
Hoy día al promediar las 8am falleció, en el Hospital Militar, Mario Zavaleta, quien al parecer estaba enfermo (algo sobre una fisura en el esófago o en el pulmón, lo que le generó septicemia). Aunque tenía más de 50 años, Mario Zavaleta era como un amigo para mí, uno de otra generación y con quien nunca hablé demasiado, pero un personaje recurrente y alguien que nunca pensé se iba a ir tan temprano. Recuerdo me que lo encontraba siempre en el bar de mi abuelo, que vivía en una especie de desempleo permanente -un estado glorioso para nosotros, los flojos, los que queremos vivir la fantasía de las vacaciones pagadas por el resto de nuestras vidas-. La última vez que lo vi fue en mi casa, donde conversamos de Los Beatles y de Bob Dylan, cuando me contó de sus días en Buenos Aires, a los 16 años, jugando ajedrez y conociendo chicas bonitas. Mario Zavaleta, es cierto, era guapo, vividor y llevó una vida mala -¿o buena?-. Otras veces me lo cruzaba en Miraflores, por el parque Kennedy, donde están las mesas para jugar ajedrez -al parecer le gustaba el deporte al hombre- y finalmente recuerdo haberlo visto caminando por Pedro de Osma, en Barranco, con su apariencia primitiva, pelo largo y blanco, delgado, lo que le hacía parecer más joven de lo que era, barba, polo negro, casaca y pantalón de jean. A pesar de todo lo que le recriminan ahora a Mario, entiendo el tipo de vida que llevó. Si en mi casa no supieran de qué pie cojeo, lo defendería hasta el cansancio. En fin, prefiero mejor no decir nada, quedarme callado y aprender de lo que veo. Tal vez me gustaría vivir como Mario Zavaleta, no lo sé. Al fin y al cabo todos nos vamos a morir de algo, la diferencia es dónde y cuándo.
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